El pastorcito mentiroso
Thomas se encontraba cuidando sus ovejas como de costumbre; las contaba una y otra vez para asegurarse que todo marchara bien. Pero, aburrido entre pasto y lana, se le ocurrió la idea de hacer una broma a los aldeanos. Creyéndose muy astuto, comenzó a gritar desde su rebaño:
– ¡El lobo! ¡El lobo! Por favor ayúdenme…
La gente del pueblo enseguida se preocupó. Velozmente dejaron sus actividades pausadas, y subieron a la colina. Al llegar, notaron que se trataba de una falsa alarma. El pequeño solo se sumergió en una pícara risa, y dijo:
– ¿En verdad se lo creyeron? Solo era una broma.
Todos molestos ante lo acontecido, se miraron los unos a los otros con denuedo, y volvieron a retomar sus labores.
– Creo que no le enseñaron valores en su casa a este muchacho. Dijo uno de los aldeanos.
Días después, Thomas volvió a decir con voz fuerte:
– ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Mis ovejas corren peligro!
La gente comenzó a discutir, no sabían si creerle o no. Aun así, tomaron la decisión de asomarse al rebaño.
– ¿Dónde está el lobo? Preguntaron.
El pequeño ahogado entre su risa, no lograba contestar. Se trataba de otra de sus jugarretas.
– Nos ha hecho nuevamente perder el tiempo. ¡Vámonos de aquí! Dijo uno de los de los presentes.
Tiempo después, el pastorcito observó a lo lejos un lobo. Tuvo terrible miedo, tanto que grito:
– ¡Socorro! ¡Socorro!¡El lobo! ¡El lobo!
Esta vez, nadie respondió a su llamado. El lobo devoró todo el rebaño, y el pequeño se salvó por pura suerte al trepar a un árbol. Apenas se fue el animal, bajó al pueblo y preguntó:
– ¿Por qué me abandonaron? He perdido todas mis ovejas, y por poco termino yo también en la boca del lobo.
En respuesta, un hombre dijo:
– Nos mentiste antes. Es difícil confiar en alguien que no es sincero desde el inicio.
Moraleja: Di siempre la verdad, y las personas depositarán su
confianza en ti.
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